La luz revela la magnificencia del mundo exterior y, sin embargo, es lo más magnífico. Aporta belleza, revela belleza y es, en sí misma, lo más bello. Analiza, revela la verdad y pone al descubierto la simulación, porque muestra las cosas como son.
Sus corrientes infinitas miden el universo y fluyen hacia nuestros telescopios desde estrellas situadas a trillones de kilómetros de distancia. Por otra parte, desciende hasta objetos increíblemente pequeños y revela en el microscopio objetos cincuenta millones de veces más pequeños que los que se pueden ver a simple vista.
Como todas las demás fuerzas y sus movimientos son maravillosamente delicados, aunque penetrantes y poderosos. Sin su influencia vivificante, la vida vegetal, animal y humana desaparece de la tierra de inmediato y todo se arruina.
Como la luz es la manifestación física básica de la vida y baña con su resplandor toda la creación, es sumamente importante comprender, al menos en parte, la naturaleza sutil de esta sustancia divina.
Lo que se llama luz en realidad es una velocidad de vibración que provoca reacciones determinadas en el nervio óptico. Pocos se dan cuenta de que están emparedados por las limitaciones de las percepciones sensoriales.
La luz no solo es mucho más de lo que nadie haya visto nunca, sino que también hay formas desconocidas de luz que ningún equipo óptico registrará jamás.
Existen innumerables colores que no se pueden ver, así como hay sonidos que no se pueden oír, olores que no se pueden oler, sabores que no se pueden degustar y sustancias que no se pueden sentir. El hombre está rodeado por un universo supersensible del cual no sabe nada, porque sus centros de percepción sensorial no se han desarrollado lo suficiente para reaccionar a las velocidades de vibración más sutiles que constituyen dicho universo.
Nos vendrá bien, pues, tener en cuenta este principio potencial y hermoso de la luz y los colores que la componen, porque cuanto más penetremos en sus leyes internas, más se presentará como un depósito maravilloso de poder para vitalizar, curar, mejorar y deleitar a la humanidad.
Edwin D. Babbit